Tomás, llamado Dídimo, era nativo de Galilea y su ocupación, según parece, era pescador (Juan 11:16). De sus padres y del tiempo de su conversión, no nos informan nada los evangelios. Solamente hacen mención de su llamamiento al apostolado (Mateo 10:3).
Él mostró su amor y afecto ardiente que tenía para Cristo cuando exhortaba a sus hermanos que fueran a Jerusalén para morir con él (Juan 11:16). Pero puesto que aún no había resistido hasta la sangre y habiendo obrado mal en la muerte de Cristo, él y los demás discípulos abandonaron al Señor en tiempo de prueba (Juan 14:5; Mateo 26:31).
Después, cuando el Señor había resucitado y aparecido a los demás apóstoles en ausencia de Tomás, él no podía creer, como dijo, “si no metiere mi dedo en el lugar de los clavos” con los cuales el Señor había sido crucificado y “metiere mi mano en su costado, no creeré”. Pero, cuando el Señor vino de nuevo y apareció también a él, Tomás le dijo: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:24-28).
El apóstol Tomás siendo llevado al horno ardiente en la India.
Después de esto, él junto con los demás apóstoles recibió mandamiento de predicar el evangelio por todo el mundo y bautizar a los creyentes. Para este fin, diez días después, en el día de Pentecostés, él y sus condiscípulos recibieron el Espíritu Santo en plena abundancia (Mateo 28:19,20 y Marcos 16:15,16).
Según otros libros históricos, a Tomás le tocó evangelizar a las naciones de la India, Etiopía y muchas más. Parece que tenía miedo de los árabes y de los pueblos salvajes de la India. Sin embargo, habiendo sido fortalecido por Dios, obedeció; y muchos abrazaron a la verdad por medio de su obra.
Respecto a la muerte de Tomás, la historia más verídica encontrada es la siguiente: En Calamina, una ciudad de las Indias Orientales, él puso fin a la idolatría abominable de los paganos, quienes adoraban a una imagen del sol. Por medio del poder de Dios obligó al maligno que destruyera la imagen. Por tanto, los sacerdotes paganos lo acusaron delante de su rey, quien lo sentenció a ser quemado con fierros calentados al rojo vivo y después a ser echado a un horno de fuego ardiendo. Pero cuando los sacerdotes idólatras, parados delante del horno, vieron que el fuego no le dañaba, traspasaron su costado con lanzas y de esta manera él dio testimonio del Señor Jesucristo, siendo constante hasta el fin. Según la historia, su cuerpo fue sacado de las ascuas y sepultado en el mismo lugar.
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